Leonhard
Euler, un
suizo nacido en Basilea en 1707, puede considerarse no solo como el
más brillante matemático del siglo XVIII, sino también uno de los
más grandes de todos los tiempos, y por encima de todo, el iniciador
de lo que puede llamarse la moderna matemática. Su notación y su
forma de hacer no difieren ya de los usos de los matemáticos
actuales. Euler inauguró un tiempo nuevo y unas nuevas maneras en su
especialidad. Es el padre de la función
y del análisis
matemático. También
destacó en geometría, mecánica, óptica y física. Fue un notable
astrónomo, hasta el punto de merecer el honor de que un asteroide
fuera bautizado con su nombre.
Se
crió en una familia de rancia tradición calvinista (su padre, Paul
Euler, era pastor de la Iglesia). La familia era amiga de los
Bernoulli, célebre saga de científicos en la que destacó Johann
Bernoulli, matemático prestigioso que ejerció gran influencia sobre
el joven Euler.
A
la muy precoz edad de trece años Euler ingresó en la Universidad de
Basilea, doctorándose en filosofía, y adquiriendo profundos
conocimientos de teología, griego y hebreo. Fue entonces cuando
Johann Bernoulli descubrió su excepcional talento para las
matemáticas, y le orientó por ese camino. Leonhard ganó en doce
ocasiones el prestigioso premio de la Academia de las Ciencias
francesa, lo que le granjeó una gran reputación. Marchó luego a
San Petersburgo, en cuya Academia pasaría la mayor parte de su vida,
trabajando junto a Daniel, hijo de su mentor Johann Bernoulli. Sus
amplios conocimientos de fisiología le procuraron el nombramiento de
médico de la Armada rusa. Gozó de gran prestigio en vida de Pedro I
y de su viuda Catalina, pero a la muerte de esta última, cayó en
desgracia como el resto de los científicos en Rusia, así que
regresó a su Basilea natal, y poco más tarde a Berlín, donde gozó
durante algún tiempo de la especial protección del emperador
prusiano Federico II.
Regresó
a Rusia en 1766, tras el ascenso al trono de Catalina la Grande. Allí
pasaría el resto de su vida. Su salud se quebrantó seriamente,
perdiendo la vista y siendo víctima de infinidad de achaques.
Finalmente Leonhard Euler falleció en San Petersburgo, su ciudad
adoptiva, en 1783. Sus restos reposan en el Monasterio de Alejandro
Nevski, donde fueron trasladados en el siglo XX por las autoridades
soviéticas. En su epitafio figura una frase del filósofo francés
Nicolás de Condorcet: dejó
de calcular y de vivir.
Así concluyó la vida de este suizo-ruso universal cuyas
contribuciones al desarrollo de la teoría y la práctica matemática
resultan hoy impagables. El conjunto de su ingente obra ocupa entre
60 y 80 volúmenes. Su teoría
de grafos se emplea en la
moderna confección de mapas y planos, adaptándose perfectamente a
los soportes informáticos, y sus avances en cálculo no han sido
superados hasta la irrupción de la computación.
Podemos
afirmar sin duda que Leonhard Euler fue el padre de la moderna
ciencia matemática. Una mente adelantada a su época. Uno de los
científicos más influyentes de la Historia.
Siento
pasos, siento gente, siento quince y siento veinte.
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