Creo
que ya hemos dicho aquí alguna vez que las bacterias
son las reinas, las dueñas y señoras de nuestro planeta. Por el
momento no disponemos de pruebas en el sentido de que habiten otros
mundos, pero lo cierto es que no resultaría nada sorprendente. Las
bacterias, que con las arqueas
constituyen el reino de los seres vivos procariotas
(que carecen de núcleo), son unos organismos verdaderamente
curiosos. Son muy simples, hasta el punto de que muy probablemente
fue una bacteria, o algo muy similar a ella, el antepasado común de
todos los demás organismos vivos que habitamos la Tierra. Pero a la
vez son estructuras de una enorme complejidad, dotadas de una
membrana que las protege y aísla del medio, de flagelos, cilios y
otros muy diferentes medios de locomoción que les permiten
desplazarse, de metabolismos que les facultan para obtener energía a
partir de un sinfín de nutrientes, de mecanismos de reproducción
asombrosamente rápidos y eficaces…
Las
bacterias han colonizado todos los ecosistemas conocidos, y hasta
algunas especies a las que llamamos extremófilas,
son capaces de desarrollarse y prosperar en condiciones extremas, tal
como indica su nombre. Las hemos encontrado enterradas a gran
profundidad y en la estratosfera. Resisten temperaturas de más de
100º en las fumarolas volcánicas, y sobreviven al intenso frío de
los hielos árticos. El blog de Bigotini se propone hoy abrumaros con
algunas cifras relativas a las bacterias que resultan sencillamente
asombrosas. Por ejemplo, se calcula que existen 5 x 1030
bacterias en el mundo. Eso son cinco millones de trillones de
trillones. A pesar de su tamaño microscópico, su masa total supera
con creces al resto de la biomasa del planeta. Si sacásemos las
bacterias que habitan bajo tierra y las colocáramos en la
superficie, se elevarían a una altura de quince metros. En cada
gramo de arena hay cuarenta millones de células bacterianas. En cada
litro de agua hay mil millones.
En
nuestro cuerpo albergamos un promedio de ochocientos billones de
bacterias. Superan el número de nuestras propias células en una
proporción de uno a diez. Tenemos un millón y medio de bacterias en
cada centímetro cuadrado de piel, y eso con una higiene escrupulosa.
Deja de ducharte durante una semana, y esa cifra se triplicará.
Tienen predilección por los lugares húmedos y cálidos, como los
pliegues de ingles y axilas, la parte de atrás de las orejas, los
dedos de manos y pies, las uñas, las zonas pilosas, la nariz, la
boca o los genitales. El peso de las bacterias que llevamos encima en
cualquier momento ronda los dos kilos. Nuestro ombligo puede llegar a
albergar a casi un billón de bacterias. Se han identificado en los
ombligos un promedio de 2.400 especies bacterianas distintas. Hay
especies patógenas capaces de provocar diversas enfermedades
infecciosas, pero la mayoría de nuestras bacterias residentes
o bien son inocuas, o en muchos casos beneficiosas.
Las
residentes, las que forman parte de nuestra flora
bacteriana
habitual, provocan pequeñas molestias como caries, halitosis o mal
olor corporal, pero también nos prestan grandes servicios. Los
aproximadamente cien billones de bacterias que pastan en nuestro tubo
digestivo se encargan de funciones esenciales para procesar los
alimentos. Por ejemplo, sin ellas no seríamos capaces de digerir la
celulosa. Si no existiera esta estirpe bacteriana, no habría
herbívoros. Adiós a la cadena trófica, y adiós a la vida animal.
Las bacterias intestinales realizan el trabajo de producir vitaminas,
biotina, ácido fólico y otros nutrientes igualmente esenciales. Son
capaces de extraer el nitrógeno que es la materia prima para
fabricar aminoácidos y hasta el mismo ADN. Las bacterias devoran los
desechos y se encargan de transformarlos en gases, que los seres
humanos (desde el más humilde aldeano hasta las emperatrices)
eliminamos con la mayor naturalidad.
Después
de una colitis, la mayor parte de nuestra flora residente se va por
el desagüe. En los siguientes días se entabla en nuestro interior
un combate sin cuartel entre las estirpes supervivientes, por ocupar
territorios y hacerse con el poder en esa tierra
media que es nuestro
intestino. Ayuda mucho a la reposición consumir yogures o productos
a base de lactobacilos.
Vienen a ser los elfos
que llegan a tiempo a la
batalla del abismo
de Helm. Durante la lucha
se producen grandes cataclismos que percibimos en forma de
retortijones y un sinfín de molestias. Pero no temáis, el viejo
Bigotini os asegura que todo terminará bien. El sol volverá a
brillar sobre la Comarca,
y un ojo rosado y amable sustituirá al ojo siniestro del Señor
Oscuro.
La
leche materna no sólo es el mejor alimento infantil, sino el que
viene en el envase más atractivo.
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