Bratislava,
la vieja Presburgo del rancio Imperio Austrohúngaro, comenzó dos
siglos antes de nuestra era siendo un modesto asentamiento de la
tribu celta de los boios,
que con el tiempo se rodeó de una muralla al modo de los castros
célticos que conocemos en el occidente europeo. Sus muros no fueron
lo bastante fuertes para impedir la colonización romana, y más
tarde la de eslavos (siglo V) y húngaros (siglo X). Resistió no
obstante, el avance otomano en el XVI, convirtiéndose en capital
imperial en 1536, bajo el dominio omnímodo de la casa de Habsburgo.
A partir de entonces la vieja e imperial Presburgo fue agrandando su
fama y alargando su sombra sobre las tranquilas aguas del Danubio,
padre fluvial y fecundo generador de vida del oriente europeo.
La
nueva Bratislava, de casi medio millón de habitantes, flamante
capital de la Eslovaquia moderna, conoció su mayor esplendor en el
XVIII, el asombroso siglo de las luces, bajo el reinado de María
Teresa de Austria. Mientras el turista o el viajero toma una cerveza
en la apacible (a pesar de su nombre) plaza de Armas, escuchará de
labios de algún nativo las truculentas historias de aquella soberana
desmesurada a quien se atribuye una ninfomanía insaciable. Cuentan
que María Teresa hizo instalar un tobogán en cuyo remate se situaba
la emperatriz, para ser penetrada por su caballo, un semental
magnífico por el que sentía una pasión enfermiza. Tras la apacible
cerveza y la animada conversación, un paseo sin prisas por el dédalo
de callejas de la ciudad vieja, reconciliará al fatigado viajero con
las reinas, los caballos y con la humanidad entera. Es obligada la
visita al imponente castillo, que aunque fue reconstruido tras el
incendio del XIX, conserva su esencia de fortaleza medieval
inexpugnable.
Son
también notables el ayuntamiento y la catedral, y sobre todo el
encantador conjunto urbano de su centro, que hace de Bratislava una
de las ciudades europeas más agradables para recorrer a pie,
deteniéndose en sus sorprendentes estatuas callejeras, en sus
comercios y sus cervecerías. En materia musical, Bratislava es una
especie de continuación de Viena, de la que dista tan solo sesenta
kilómetros. Sus célebres festivales y su programación clásica
fascinarán al visitante melómano. En cuanto a la gastronomía, su
condición de ciudad interior hace que el pescado brille por su
ausencia. La cocina eslovaca es fuerte y hasta un poco tosca: carnes,
col cocida (kapusta),
quesos y lácteos (tengan cuidado los intolerantes) y patatas,
patatas abundantes, predominantes y omnipresentes en cualquier plato
de cuchara, de tenedor, y hasta en muchos postres.
Bigotini
recomienda especialmente el bryndzové
halusky, un plato de
patatas con queso de oveja y panceta churruscada, que está
francamente bueno si el comensal no es demasiado remilgado. Para los
más delicados la mejor elección será siempre una sopa, plato del
que existen infinitas variantes todas ellas sabrosas y nutritivas. La
cerveza, deliciosa en cualquiera de sus variedades, es en Eslovaquia
(como en Chequia) la bebida nacional. Los naturales del país,
alegres por naturaleza, no la consideran una bebida alcohólica, así
que achacan sus risas incontrolables, sus cánticos extemporáneos y
sus ocasionales pérdidas de la verticalidad, a meros accidentes o a
causas misteriosas.
La
Bratislava moderna agradará a los visitantes más jóvenes y
decididos a experimentar emociones fuertes. Desde el encantador hotel
Spirit, templo oficioso de la postmodernidad de imposible
arquitectura, hasta los numerosos pubs, bares y discobares donde
bulle la vida nocturna bratislaviana, el joven atolondrado podrá dar
rienda suelta a sus fantasías orgiásticas más descabelladas. Como
sucede en otras ciudades del Este, las mafias rusas dominan en
Bratislava la prostitución, la droga y el mundo de la noche en
general. Las muchachas eslovacas se cuentan entre las más hermosas
del mundo. Han triunfado muchas veces en concursos internacionales de
belleza. Una legión de chicas bellísimas y estratégicamente
desvestidas puebla los locales de copas y también los burdeles. El
profe Bigotini, cuya edad provecta y firmes convicciones le hacen más
aficionado a la inocente contemplación, que a la participación
activa, se contenta con admirar a las esbeltas jóvenes durante sus
paseos en una mañana soleada. La vieja Presburgo, la imperial
Bratislava, la moderna capital eslovaca, quedan atrás. Silba el
tren, y ruge su poderosa máquina camino de Viena, su próximo
destino, y el vuestro, si así lo queréis.
Resulta
muy sospechoso que los certámenes de miss universo los ganen siempre
muchachas terrícolas.
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