Si, si, ya sabemos que ardéis en deseos de conocer más
detalles sobre la apasionante vida del profesor y sus aventuras. Hoy queremos
premiar vuestro interés y vuestra fidelidad, con un nuevo capítulo biográfico
de este hombre admirable. Aunque somos muy pocas las personas que estamos al
corriente de esta etapa de su pasado, el profe Bigotini fue en su lejanísima
juventud (cuando ni siquiera tenía bigote) un ágil e intrépido reportero.
Firmaba sus crónicas con el seudónimo de Bigotín, y en sus correrías no dejó de visitar ni un solo rincón del
mundo. Viajó al Congo, al Oeste americano, a Arabia, al Tíbet, a los Andes, a
Australia, e incluso pisó la Luna antes que Neil Armstrong.
Antes de la guerra fue un poquito facha. Sólo un poquito.
No se le puede reprochar demasiado, porque en los treinta muchos jóvenes
europeos se dejaron deslumbrar por tanta bandera, tanto desfile, tanta música
de viento y tanto paso de la oca. En ese tiempo viajó al país de los soviets y
regresó hablando pestes de los bolcheviques. Ahora bien, hay que decir que aun
entonces era un facha de buen corazón. Se fue al Congo a enseñar a leer a los
pobres negritos y a repartirles caramelos y pastillas de jabón con aroma de
lavanda, para que se lavaran un poco y no fueran por ahí oliendo a choto,
caramba.
Después de la guerra se desengañó mucho de los estandartes
y de la cosa racial. Hasta se hizo amigo de un chinito, un árabe y un muchacho
inca. Después de todo, pensó, no hay gran diferencia entre los europeos, los
americanos del norte y los australianos, por ejemplo. Incluso los mediterráneos
morenitos son aceptables si se duchan a diario. Renegó de los totalitarismos y
junto a sus amigos de la simpática Sildavia, combatió la feroz dictadura de la
vecina Bolduria. Precisamente fue una nave sildava diseñada por el profesor
Silvestre Tornasol, un eminente científico, la que le condujo hasta nuestro
satélite. Le acompañó en el viaje su inseparable amigo el capitán Haddock. Por
cierto que al joven Bigotín tuvieron que construirle una escafandra a la
medida, que pudiera alojar esa enorme nariz de berenjena que tiene.
En las demás imágenes que ilustran esta breve reseña
podéis admirar esa nariz y el resto de su magnífico porte en diferentes
situaciones: con su inseparable Milou, escapando de un mercante, explorando la
superficie lunar o paseando por un zoco árabe con su amigo Haddock. Hergé, el
genial dibujante belga, plasmó con mano maestra todas sus aventuras. Desde aquí
le pedimos perdón humilde y póstumamente, por el sacrilegio de emborronar sus magníficos
dibujos. En fin, os preguntaréis cómo y por qué nuestro héroe abandonó aquella
agitada vida de reportero, y dejó de ser Bigotín, para convertirse en el
profesor Bigotini, ese gran científico que todos conocemos y admiramos. Muy
sencillo. Aunque parezca un motivo prosaico, lo hizo por el qué dirán. Si
amigos, un chico joven sin novia ni amistades femeninas conocidas, que tiene un
perrito faldero y se hace acompañar a todas horas por un tío barbudo, daba
mucho que hablar en la vecindad. Tratando este delicado tema con el inspector
Hernández, sólo ha podido decirnos que la gente es muy mal pensada. Yo aun
diría más, ha añadido su compañero Fernández: la gente es muy mal pensada.
El paraíso lo prefiero por el clima; el infierno por la
compañía. Mark Twain.
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