El
conde Raimundo o Ramón, hijo de Berenguer y nieto de Borrell, a
quien también se conoce como Ramón Berenguer I, marchó en 1054 a
guerrear a Tierra Santa. Nada original. Era lo que solían hacer los
príncipes de la cristiandad en aquellos tiempos de las cruzadas. El
caso es que Ramón pasó por Narbona, y se alojó en la mansión de
Guillermo III de Arles. Casualmente el hombre de la casa estaba
ausente, así que el barcelonés halló ocasión propicia para
enamorarse y enamorar a su esposa, una belleza occitana que respondía
al bello y evocador nombre de Almodis.
Almodis
era hija del conde Bernat y de Amelia de la Marca del Lemosí
(Limoges), y no era precisamente una muchacha inexperta. Había
estado casada tres veces. La primera con Hugo de Lezignem, apodado el
Piadoso, con el que tuvo su primer hijo. El Piadoso la repudió, así
que contrajo nuevas nupcias con Pocç de Tolosa, del que tuvo otros
dos hijos. También fue repudiada por el tolosano, lo que la llevó a
casarse con el conde Guillermo de Arles, en cuya casa la encontró el
bueno de Ramón camino de sus batallas. Cuando se aburrió en
Jerusalén de dar mandobles, espadazos y lanzadas, Ramón emprendió
el camino de regreso y, según nos cuenta el historiador árabe
Al-Bakri,
volvió a casa de su
antiguo hospedero, preocupado por encontrar a su esposa. Entonces se
declararon su amor recíproco, y Raimundo proyectó con la narbonense
que ella inventaría una estratagema que le permitiera huir de la
ciudad e ir a reunírsele, para casarse con él.
Ni
el encierro al que el burlado Guillermo la sometió en Narbona, ni el
hecho de que Ramón Berenguer estaba casado en Barcelona con doña
Blanca (su segunda esposa, pues antes había enviudado de Isabel de
Gascuña), representaron obstáculos insalvables. Almodís movilizó
secretamente a varios de sus familiares, que finalmente lograron
liberarla de su encierro. En cuanto a Blanca, fue inmediatamente
repudiada por Ramón, una costumbre que por lo que podemos ver,
estaba muy extendida. El caso es que venciendo infinitas
dificultades, y tras atravesar varios condados en el mayor de los
secretos, la fugada Almodis logró encontrarse con su amante en
Barcelona, donde contrajeron nupcias en medio del regocijo de unos
pocos fieles, y la reticencia de los nobles y hasta de la misma
abuela de Ramón, la poderosa e influyente condesa Ermesinda o
Ermessenda, que siempre se opuso a la unión.
La
deliciosa historia del enamoramiento, así como la legendaria belleza
de la dama, han dado pie a buena copia de fábulas y novelerías,
sobre todo durante el Romanticismo,
época en la que hubo especial predilección por estos relatos de
amoríos medievales. Las representaciones contemporáneas que nos han
llegado de la condesa, aun siendo poco realistas, como propias del
Románico,
dan una vaga idea de su hermosura. Una de las gigantas que desfilan
por las calles de Cervera durante sus fiestas, representa a Almodis
en la plenitud de su encanto y su belleza. Pero la importancia de
Almodis de la Marca va mucho más allá de lo meramente anecdótico.
Ella fue pieza clave y constante apoyo de Ramón para la
consolidación de su poder político.
En
efecto, la pareja afianzó su dominio sobre los condados de
Barcelona, Gerona y Osona. Mantuvieron a raya a los reinos de taifas
fronterizos, obteniendo en ocasiones de ellos jugosos beneficios en
forma de tributos. Pusieron en su sitio a la belicosa nobleza feudal,
que hasta entonces no había cesado de maquinar intrigas. Iniciaron
su expansión hacia las tierras occitanas, Languedoc, Carcasona y el
Rosellón, contribuyendo a ello que en esos territorios gobernaban
varios hijos de Almodis, lo cual no sorprende, dada su brillante
carrera amatoria. Consiguieron finalmente doblegar la voluntad de la
condesa Ermessenda, despojándola de sus posesiones y obligándola a
interceder ante Roma para que fueran alzadas las excomuniones que a
instancias suyas, había decretado el Papa. A la vez que consolidaron
la institución condal, establecieron alianzas y pactos con el
fronterizo reino de Aragón, su más poderoso vecino, que entonces
iniciaba su imparable expansión meridional. Casi un siglo más
tarde, esa alianza sería decisiva para hacer posible el matrimonio
de Ramón Berenguer IV con Petronila, la hija de Ramiro II de Aragón,
unión que habría de conducir a sus reinos y territorios hasta los
confines del Mediterráneo bajo una sola corona.
La
bella Almodis, una de las mujeres más influyentes de su tiempo,
murió trágicamente en 1071 a manos de su hijastro, Pedro Ramón,
que la asesinó tras una violenta discusión. Pedro era el hijo de
Isabel, primera esposa de Ramón. Su execrable acción dio al traste
con sus derechos sucesorios, que pasaron a los hijos de Almodis, los
gemelos Ramón Berenguer y Berenguer Ramón. El parricida fue
desheredado y condenado al destierro. Su pista se perdió en tierras
de moros.
De
esta forma, aquella hermosa y decidida mujer se convirtió en la
madre de los condes de Barcelona, prolífica Eva
mitocondrial, a quien
relevaría en este protagonismo genético Petronila de Aragón en
1150.
Muchos
hombres de éxito deben su éxito a su primera esposa. La segunda
esposa se la deben a su éxito.
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