La
era de los grandes descubrimientos y de los viajes por mar a tierras
desconocidas, abrió nuevos horizontes para navegantes y aventureros. El viejo
continente acogió con avidez las noticias del nuevo mundo, y se enriqueció con
nuevas plantas y exóticas criaturas. Pero en los siglos precedentes, Europa
había estado encerrada en sus fronteras geográficas. La pasión por las ciencias
naturales y la curiosidad por conocer animales fabulosos, alimentada por el
remoto recuerdo de los circos romanos y sus fieras, sólo hallaba algún consuelo
en los escriptorium de monasterios y
abadías, entre los viejos legajos, las exageraciones y las fábulas recogidas
por los autores clásicos.
Heródoto,
Aristóteles, Plinio el viejo, Solino o Eliano, fueron las principales fuentes
de los primeros bestiarios, una colección de
tratados, a menudo bellamente iluminados, que mezclando lo científico, lo
pseudocientífico y lo religioso, hicieron las delicias tanto de sus creadores
(los artistas monacales, casi siempre anónimos, debieron pasarlo en grande),
como del selecto público al que se destinaron, en su mayoría príncipes y
personajes poderosos que entre las hojas de sus devocionarios y libros de
horas, encontraron aquellas imágenes fabulosas y aquella literatura de evasión
ingenua y genial.
Acaso
el primer bestiario que merece título de tal es el conocido como Physiologus, de datación más que dudosa
entre los siglos II y IV y probable origen griego. San
Ambrosio o nuestro sevillano San
Isidoro, también se ocuparon del tema. La cumbre artística de
los bestiarios hay que situarla en la Inglaterra del siglo XII, donde se
produjeron los que sin duda contienen las mejores ilustraciones. Son los bestiarios de Cambridge, Rochester y Aberdeen,
autenticas joyas bibliográficas. El más célebre de los escritos en castellano
es el realizado por Martín de Villaverde, conservado en el monasterio de Santa
María de la Vid (Burgos), y conocido como Bestiario de Don
Juan de Austria, por dedicarse al hermano del emperador. Entre
los últimos cronológicamente figura la Historiae
animalium, publicada en 1575 por el médico y naturalista suizo
Konrad Gesner, un tratado que aun plagado de inexactitudes, tenía ya al menos
voluntad de rigor científico.
A
pesar de recibir el nombre genérico de bestiarios, estas obras también
contenían relaciones botánicas, a veces muy pormenorizadas. Pero lo que más
llama la atención son las pintorescas descripciones que se hacen de la mayor
parte de los animales exóticos o de tierras lejanas. Así podemos encontrar afirmaciones
tales como que el elefante es una criatura pura que evita la cópula, sin que se
explique luego cómo se las ingenia para procrear. Se dice que el tigre protege
a sus crías conservándolas en una especie de bola de cristal que hace rodar
ante si, para trasladarlas. Otra descripción asegura que el león cuando enferma
se automedica comiendo un mono y bebiendo abundante agua, y que la leona,
llegada la edad de procrear, da a luz cuatro cachorros en su primer parto, tres
en el segundo, dos en el tercero y uno en el cuarto, para quedar estéril el
resto de su existencia…
El
profe Bigotini con su monstruosa nariz, no desentona demasiado entre esta
pintoresca tropa de criaturas fantásticas. Me está mirando de reojo, así que
prefiero dejar de escribir.
Lo
real no siempre es verosímil. Nicolas Boileau-Despreaux.


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