En
condiciones normales, las hojas de la mayoría de los vegetales son verdes,
porque contienen clorofila, un pigmento verde
capaz de absorber la energía lumínica que proporciona la luz solar, y mediante
un complejo proceso fisiológico en el que participan otros componentes de la
planta, convertir esa energía solar en sustancias nutritivas, azúcares y
compuestos imprescindibles para su crecimiento y desarrollo.
Pero
además de la clorofila, la mayor parte de las hojas contienen otros pigmentos
secundarios que, aunque no puedan fotosintetizar por sí mismos, ceden a la
clorofila la energía lumínica que captan. Muchos de estos pigmentos son
amarillos, anaranjados o rojos. Estas sustancias son en su mayoría carotenoides, pertenecen al mismo grupo
bioquímico que el familiar betacaroteno contenido en hortalizas como las
zanahorias o los tomates.
En
otoño, cuando las hojas de las plantas comienzan a envejecer, cuando las horas
de luz solar van disminuyendo progresivamente, y el mundo vegetal se prepara
para resistir al largo y oscuro invierno, es tiempo de ahorrar todo lo posible.
Las hojas se aprestan a descomponer el exceso de clorofila producido, que en
los próximos meses no servirá de nada. Cuando el color verde de la clorofila
desaparece, quedan desenmascarados el resto de los colores de los pigmentos
secundarios. De esta forma, los bosques de nuestro hemisferio se visten con una
espléndida gama de ocres y rojizos que, a la tenue luz del atardecer, componen
una de las más grandiosas sinfonías de color que nos ofrece la pródiga
naturaleza.
Mediante
un proceso de cromatografía, pueden desvelarse todos esos colores secundarios
que contienen las hojas verdes. Aunque realmente no es necesario disponer de
sofisticados cromatógrafos para apreciarlos. Basta con introducir una hoja en
medio de dos papeles de filtro blancos o simplemente un papel poroso doblado.
Si frotáis con el canto de una moneda por encima del papel, procurando
presionar la hoja para que se rompan las membranas celulares, y a continuación
impregnáis un extremo del papel con alcohol, dejando que progrese por
capilaridad, podréis apreciar, agrupados en líneas, los diferentes colores
contenidos en la hoja. Es un sencillo experimento casero que os animo a enseñar
a los niños. Por muy jóvenes que sean, disfrutarán la magia de la vida y se
maravillarán con este pequeño milagro natural.
Dejé
de creer en Santa Claus a los seis años, cuando me pidió un autógrafo. Shirley
Temple.
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