Paleontólogos
y evolucionistas ya no tienen ninguna duda de que las aves se originaron a
partir de dinosaurios carnívoros de pequeño tamaño capaces de correr erguidos
sobre sus largas y delgadas patas traseras.
El
esqueleto de un dinosaurio como Compsognathus
guarda una notable semejanza con el esqueleto de Archaeopteryx, el ave más antigua conocida. Ambos animales estaban
dotados de extremidades traseras corredoras, largas colas óseas, patas como las
de las aves, dedos en forma de garras y dientes afilados y puntiagudos. La
diferencia es que Archaeopteryx tenía
plumas y clavículas en forma característica de espoleta, ambos rasgos
inconfundibles de las aves.
Las
aves voladoras actuales poseen un cuerpo breve y compacto, con el centro de
gravedad situado sobre las patas para mantener el equilibrio. La cola queda
reducida a un muñón, y las mandíbulas han perdido los dientes a favor de picos
duros capaces de ejercer similares funciones. El esternón ha evolucionado hasta
convertirse en un hueso grande provisto de una quilla, al que se adhieren los
poderosos músculos que hacen posible el milagro del vuelo.
Y
es que efectivamente, el vuelo es un hallazgo evolutivo fantástico. La
conquista del aire significó una extraordinaria oportunidad para los
vertebrados. El vuelo impuso una serie de modificaciones drásticas, tanto en la
anatomía como en la fisiología. El principal éxito de las aves es haber
desarrollado una estructura única en todo el reino animal: las
plumas. Se trata de elementos aerodinámicos evolucionados a
partir de las escamas reptilianas. Son ligeras y fáciles de sustituir si se
deterioran. En el aire pueden desplegarse para mantener el vuelo. En tierra se
pliegan adoptando una forma compacta. Las extremidades anteriores se dedican
por completo al vuelo, las posteriores se adaptan al desplazamiento en tierra,
y el pico adquiere diversas funciones alimenticias o prensiles.
En
cuanto a los cambios fisiológicos, se produjeron para hacer frente a la gran
demanda de energía que plantea el vuelo. El sistema respiratorio se volvió más
eficaz. La disposición de los numerosos sacos aéreos,
aparte del conducto respiratorio principal, permite el paso del aire por los
pulmones formando una corriente permanente, en lugar de circular sólo dentro de
los sacos sin salida que son los pulmones de los demás vertebrados. Otra
adaptación fisiológica imprescindible, es que las aves, como los mamíferos, son
animales homeotermos, tienen sangre caliente.
De este modo sus niveles de energía no dependen de las variaciones de
temperatura del entorno, sino que permanecen constantes. Este tipo de
fisiología exige alguna forma de aislamiento, para lo que se desarrollaron las
plumas cobertoras, mucho más esponjosas que las voladoras, y situadas por
debajo de estas.
Si
este importante salto evolutivo a la sangre caliente ocurrió en las primeras
aves o bien ya se había producido en sus antepasados dinosaurios, es cuestión
sujeta a controversia entre los especialistas. La estructura anatómica, el gran
desarrollo muscular y el modo de vida que, según sugieren todos los indicios,
debieron adoptar muchos dinosaurios carnívoros, habla en favor de una
fisiología que permitiera un alto rendimiento energético, y que se sustentara
por lo tanto en la sangre caliente. El profe Bigotini, a pesar de ser mamífero,
es ya tan viejecito que su sangre en lugar de ser caliente, está sólo tibia.
Por eso se ve obligado a dormir largas siestas al sol cubierto con su suave
mantita de cuadros. Sus cansados ojos se cierran por momentos, y me hace señas
de que ya no quiere dictarme más. Creo que me uniré a él, porque ya estoy
empezando a bostezar.
Lo
peor que puedes hacer es cruzar un precipicio en dos saltos. George Lloyd.
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