viernes, 2 de enero de 2015

AVES. LA CONQUISTA DEL AIRE

Paleontólogos y evolucionistas ya no tienen ninguna duda de que las aves se originaron a partir de dinosaurios carnívoros de pequeño tamaño capaces de correr erguidos sobre sus largas y delgadas patas traseras.
El esqueleto de un dinosaurio como Compsognathus guarda una notable semejanza con el esqueleto de Archaeopteryx, el ave más antigua conocida. Ambos animales estaban dotados de extremidades traseras corredoras, largas colas óseas, patas como las de las aves, dedos en forma de garras y dientes afilados y puntiagudos. La diferencia es que Archaeopteryx tenía plumas y clavículas en forma característica de espoleta, ambos rasgos inconfundibles de las aves.

Las aves voladoras actuales poseen un cuerpo breve y compacto, con el centro de gravedad situado sobre las patas para mantener el equilibrio. La cola queda reducida a un muñón, y las mandíbulas han perdido los dientes a favor de picos duros capaces de ejercer similares funciones. El esternón ha evolucionado hasta convertirse en un hueso grande provisto de una quilla, al que se adhieren los poderosos músculos que hacen posible el milagro del vuelo.


Y es que efectivamente, el vuelo es un hallazgo evolutivo fantástico. La conquista del aire significó una extraordinaria oportunidad para los vertebrados. El vuelo impuso una serie de modificaciones drásticas, tanto en la anatomía como en la fisiología. El principal éxito de las aves es haber desarrollado una estructura única en todo el reino animal: las plumas. Se trata de elementos aerodinámicos evolucionados a partir de las escamas reptilianas. Son ligeras y fáciles de sustituir si se deterioran. En el aire pueden desplegarse para mantener el vuelo. En tierra se pliegan adoptando una forma compacta. Las extremidades anteriores se dedican por completo al vuelo, las posteriores se adaptan al desplazamiento en tierra, y el pico adquiere diversas funciones alimenticias o prensiles.

En cuanto a los cambios fisiológicos, se produjeron para hacer frente a la gran demanda de energía que plantea el vuelo. El sistema respiratorio se volvió más eficaz. La disposición de los numerosos sacos aéreos, aparte del conducto respiratorio principal, permite el paso del aire por los pulmones formando una corriente permanente, en lugar de circular sólo dentro de los sacos sin salida que son los pulmones de los demás vertebrados. Otra adaptación fisiológica imprescindible, es que las aves, como los mamíferos, son animales homeotermos, tienen sangre caliente. De este modo sus niveles de energía no dependen de las variaciones de temperatura del entorno, sino que permanecen constantes. Este tipo de fisiología exige alguna forma de aislamiento, para lo que se desarrollaron las plumas cobertoras, mucho más esponjosas que las voladoras, y situadas por debajo de estas.


Si este importante salto evolutivo a la sangre caliente ocurrió en las primeras aves o bien ya se había producido en sus antepasados dinosaurios, es cuestión sujeta a controversia entre los especialistas. La estructura anatómica, el gran desarrollo muscular y el modo de vida que, según sugieren todos los indicios, debieron adoptar muchos dinosaurios carnívoros, habla en favor de una fisiología que permitiera un alto rendimiento energético, y que se sustentara por lo tanto en la sangre caliente. El profe Bigotini, a pesar de ser mamífero, es ya tan viejecito que su sangre en lugar de ser caliente, está sólo tibia. Por eso se ve obligado a dormir largas siestas al sol cubierto con su suave mantita de cuadros. Sus cansados ojos se cierran por momentos, y me hace señas de que ya no quiere dictarme más. Creo que me uniré a él, porque ya estoy empezando a bostezar.

Lo peor que puedes hacer es cruzar un precipicio en dos saltos. George Lloyd.



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