En
1796 Pierre Laplace sugirió la interesante idea
de la existencia de objetos con una concentración de masa tal que fueran
capaces de atrapar incluso la luz. Mucho después, ya en el siglo XX, Robert Oppenheimer y Stephen
Hawking propusieron el fenómeno conocido como colapso gravitatorio. Dicho proceso, que
se iniciaría en los instantes posteriores a la extinción de una estrella gigante roja, consistiría en que la inmensa
masa de tal estrella ejercería una atracción gravitatoria sobre sí misma tan
intensa, que concentraría la totalidad de su masa en un volumen muy pequeño,
dando lugar a una enana blanca. La misma
gravedad que mantenía estable a la estrella, la comprime hasta el punto en que
los átomos comienzan literalmente a aplastarse unos contra otros. Los
electrones en órbita se acercan cada vez más al núcleo atómico, y acaban
fusionándose con los protones, formando más neutrones, con lo que se obtiene
una estrella de neutrones. Llegados a este
punto, la gravedad crece exponencialmente. Toda la masa se colapsa. El proceso,
que podría durar miles de millones de años, concluiría con el colapso
definitivo del objeto por su propia atracción gravitatoria. De esta forma se
gestaría lo que se ha dado en llamar un agujero negro.
Un
campo gravitatorio tan intenso hace que ni siquiera la luz o la radiación
electromagnética puedan escapar de él. Toda la masa del agujero negro está
concentrada en un punto de densidad infinita, que recibe el nombre de singularidad. En el interior de una
singularidad, a causa de la infinita fuerza de gravedad, el espacio-tiempo
puede ser modificado, al menos hasta llegar al punto frontera en que un objeto
que viaje a la velocidad de la luz (o la luz misma) puedan escapar de él. El
agujero negro está limitado en el espacio-tiempo por el llamado horizonte de sucesos, que separa la región
de influencia del agujero negro del resto del universo. Semejante teoría, que
parecía hace unas décadas simple fantasía, ha podido probarse de forma
fehaciente mediante la observación. Los agujeros negros son una realidad
incontestable.
Stephen Hawking |
Cabe
preguntarse cuál es el destino de todo lo que devoran los agujeros negros.
¿Dónde va a parar esa inmensa cantidad de materia y energía? Según todas las
leyes conocidas de nuestro universo físico, incluida la relatividad, la existencia de una entrada (el agujero negro)
implica necesariamente la existencia de una salida. Vendría a ser el otro lado
de los agujeros de gusano
propuestos por Einstein, entre otros. A
tales salidas se les ha llamado agujeros blancos.
Por el momento carecemos de una teoría que explique de forma satisfactoria la
formación de esos hipotéticos agujeros blancos. Si existen tales
singularidades, serían regiones finitas del espacio-tiempo con densidad
suficiente para provocar una deformidad en dicho espacio-tiempo, pero que al
contrario del agujero negro, dejarían escapar materia y energía en lugar de
absorberlas. Se postula que ningún objeto podría permanecer en el interior de
una región semejante durante un tiempo infinito. De esta forma, se define el
agujero blanco como el reverso temporal de un agujero negro.
Algunos
científicos manejan la hipótesis de que los agujeros blancos serían tan
inestables que, inmediatamente después de formarse, volverían a colapsar, transformándose
en agujeros negros, lo que limitaría extraordinariamente su detección y
estudio. ¿Existen pues realmente los agujeros blancos? En todo caso, conviene
recordar que hasta hace bien poco se ponía en duda la existencia de los
agujeros negros. Quién sabe…
¡Si
Dios me diera una señal! …como depositar una fortuna a mi nombre en un
banco suizo… Woody Allen.
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