Platón fue un
ateniense que tal vez nació en la vecina localidad de Egina hacia
Aunque
tuvo otros maestros anteriores, fue Sócrates quien ejerció en Platón una mayor
influencia. En sus Diálogos recogió lo más
destacado del pensamiento socrático, y según Aristóteles, en Sócrates hay que
buscar el germen de la teoría de las
ideas platónica. No está claro si Platón asistió personalmente
al suicidio-ejecución a que fue condenado su maestro. Lo que está fuera de duda
es que fue uno de sus discípulos predilectos, y desde luego su más
sobresaliente sucesor intelectual. Tras la muerte de Sócrates, Platón viajó a
Megara, donde se relacionó con Euclides, el fundador de la escuela megárica de inspiración socrática. En Cirene trató con el
matemático Teodoro y con Aristipo, también socrático y fundador de la escuela cirenaica. En sus viajes a
Italia y Sicilia trabó conocimiento con eléatas
y pitagóricos. En Siracusa conoció a
Dión, a quien instruyó en la doctrina socrática.
De
vuelta en Atenas, Platón adquirió una finca en las afueras, al parecer en un
emplazamiento dedicado al héroe Academo, por lo que su escuela recibió el
nombre de Academia. Según la
historiografía más fiable, la Academia platónica funcionó ininterrumpidamente
hasta 86 a .C.,
año en que fue destruida por los romanos. Reconstruida poco después, la escuela
siguió impartiendo enseñanzas hasta su cierre definitivo por el emperador
cristiano Justiniano en 529. Para legalizar una sociedad que poseyera tierras y
locales propios, parece que en la época de Platón era requisito imprescindible
registrarla como thíasos o lugar de
culto. Platón eligió como divinidades a las Musas, que ejercían la protección
de la educación.
Nuestro protagonista de la ciencia de hoy murió en 347 a .C., a la edad de 80 o
81 años.
En
cuanto a las obras de Platón, con las únicas excepciones de las Cartas y la Apología, todas están escritas en forma de Diálogos, un estilo común en su época. Platón forzosamente tuvo que
ser un autor prolífico. Lo prueba el que hasta nuestros días han llegado
decenas de sus obras, acaso en buena parte corrompidas por la inevitable
sucesión de copistas y comentaristas de los siglos anteriores a
El
que se jacta de sus certezas acaba dudando de todo. La duda permanente es el
único camino para alcanzar alguna certeza.
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