fuente: lamaletagaleriadearte.blogspot.com |
Vivir
más tiempo, perpetuarse más allá de lo que razonablemente nos permite la
biología, ha sido y sigue siendo una de las más clásicas aspiraciones humanas.
Mitos como la fuente de la eterna
juventud, que las leyendas medievales situaban en el lejano reino del
Preste Juan, o como la equinoccial e infructuosa búsqueda de Eldorado en la jungla amazónica, levantan
acta de esta histórica fantasía. En nuestro tiempo, los aventureros
postmodernos han cambiado las selvas y los desiertos por el laboratorio; la
brújula por el microscopio.
Ahora
el nuevo Eldorado se busca en los
genes. Interminables cadenas de nucleótidos conducen a los científicos a través
de la espiral fantástica del ADN. Pero aun queda espacio para aventureros y exploradores.
Donde más hallazgos se producen es en el continente inexplorado: las
profundidades marinas, las fosas abisales y los tortuosos arrecifes, esconden
sorpresas mayúsculas.
Posidonia
oceánica pasa por ser el
organismo viviente más longevo. Se trata de una planta marina que forma
praderas de gran extensión a lo largo del Mediterráneo. Posidonia comparte con
el resto de angiospermas (marinas o
terrestres) la capacidad de autoreplicarse a partir de una sola estirpe
genética. Las sucesivas “ramas” que crecen a partir de sus tallos y rizomas,
son auténticos clones del organismo original. Hasta que se conocieron las
singulares propiedades de posidonia, el record de longevidad lo ostentaba un
arbusto de Tasmania que contaba con unos 43.000 años. Hoy se sabe que existen
praderas de posidonia de casi 1.000 Km2, cuya antigüedad podría
remontarse a 200.000 años. Por cierto que además de longeva, posidonia oceánica
es una pieza clave en los ecosistemas mediterráneos, ya que realiza funciones
de depuración de las aguas, imprescindibles para la conservación de la
diversidad biológica y la supervivencia de un sinfín de organismos marinos.
Seguro que no os sorprenderá saber que nos estamos cargando a marchas forzadas
las praderas de esta planta singular, con las hélices de las embarcaciones y
las artes de pesca más agresivas.
También
en el mar encontramos a Turritopsis nutricola, un habitante
del plancton conocido como “la medusa inmortal”. A diferencia del resto de los
animales, turritopsis no envejece y muere tras alcanzar su madurez, sino que es
capaz de reprogramar sus células para convertirse de nuevo en un ejemplar
joven, un pólipo que volverá a madurar para repetir el ciclo una y otra vez. Es
como si una mariposa pudiera volver a ser una oruga, cerrando así un círculo de
renovación perpetua. Si no existen ejemplares de esta medusa tan longevos como
posidonia, es porque sirve de alimento a una gran variedad de peces. Así que
Turritopsis nutricola es eternamente joven mientras vive, pero no “inmortal” en
sentido literal, puesto que muere por obra de sus depredadores o sucumbe a la
acción de los tóxicos. Lo interesante de sus asombrosas propiedades es la
singular capacidad de rejuvenecimiento que posee. Las células diferenciadas y
especializadas en distintas funciones de la medusa adulta, se transforman en
células embrionarias completamente indiferenciadas, y por lo tanto, con
potencial para reiniciar el desarrollo de un nuevo ser. El fenómeno se conoce
con el nombre de transdiferenciación. Se ha observado de manera parcial, en
animales como salamandras, estrellas de mar o Miguel Pellicer (el del milagro
de Calanda), que son capaces de regenerar algunos órganos o tejidos que hayan
sido amputados. Pero nuestra medusa es la única que puede regenerar la
totalidad de su organismo una y otra vez. El estudio de esta curiosísima
capacidad de reprogramación genética podría ser muy útil para una amplia
variedad de aplicaciones, desde comprender el mecanismo del envejecimiento
celular, hasta combatir el cáncer.
Un
fanático es alguien que siendo incapaz de cambiar de opinión, se niega además a
cambiar de tema. Winston Churchill.
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